Economía colaborativa: por qué no todos necesitamos un taladro


Sin ánimo alguno de caer en ese discurso repetido hasta la saciedad por políticos y gestores de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, lo cierto es que hay algunas cifras relacionadas con nuestras rutinas de consumo que no dejan de ser sorprendentes. Por ejemplo, el New York Times recogía no hace mucho un dato, en apariencia bobo, pero muy representativo: en los hogares estadounidenses hay 80 millones de taladros. Nada extraordinario, de no ser porque está comprobado, también, que, durante su vida útil, cada uno de ellos será utilizado una media de… trece minutos. Como se pregunta el analista Jereamiah Owyang, ¿de verdad todos necesitamos nuestro propio taladro?

Parece evidente que la respuesta es no. No todos necesitamos un taladro. Pero tampoco necesitamos coger el coche todos los días. Quizá ni siquiera nos haga falta un vehículo propio. Ni pagar una plaza completa de tren cada vez que viajamos. Ni alquilar una oficina entera para nuestra empresa. No hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, pero lo cierto es que no las hemos aprovechado todas; al menos, no nos hemos valido de una muy importante: la de compartir gastos y beneficios. Nuestras abuelas ya lo decían: compartir es vivir. Y ése es el fundamento de la economía colaborativa.

La tecnología es la gran aliada de la economía colaborativa, y la ha introducido en nuestras vidas a través de iniciativas como las españolas Blablacar (que invita a sus usuarios a compartir coche y gastos de gasolina en sus desplazamientos) o Sherpandipity (un portal que pone en contacto a los turistas que visitan Madrid con lugareños dispuestos a mostrarles el lado más auténtico de la ciudad).

Otras iniciativas en esta línea que nos resultarán familiares son los bancos de tiempo, adoptados, incluso, por los ayuntamientos de ciudades como Málaga, los portales, foros y grupos para compartir mesa en trenes (el billete resulta mucho más barato entre cuatro), el couchsurfing o los espacios de coworking. Aún en una fase muy preliminar, el impacto de estas medidas resulta difícil de medir, pero fuera de nuestras fronteras hay ejemplos -como el de AirBnb, que, solo en París, ha generado 240 millones de dólares gracias a su iniciativa de alquilar habitaciones que no se usan- que nos pueden ayudar a hacernos una idea.

Activada por el contexto actual de escasez de recursos, la economía colaborativa, en muchos casos, acaba de llegar a nuestras vidas. Pero lo ideal sería que se quedara para siempre: para los malos tiempos, pero también para los buenos. Según un estudio de Fast Company para el Wall Street Journal, los más dados a participar en iniciativas de economía colaborativa son los jóvenes de menos de 35 años; es decir, uno de los segmentos de población más apurados económicamente. Sin embargo, aunque la mayoría de las personas que conocen el concepto destacan sus ventajas ahorrativas, quienes no solo lo conocen, sino que además lo practican, no lo hacen tanto por razones financieras como filosóficas. TaskRabbit asegura que en 2020 habrá 31 millones de personas inscritas en programas de uso compartido de coches. No se trata de una medida coyuntural de ahorro, sino de una forma de vida.

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