¿Quién establece los estándares de Internet?


¿Nunca os habéis preguntado por qué todos los navegadores muestran de la misma forma las páginas webs que visitamos, o por qué en las webs usamos unos formatos de archivo y no otros? Es decir, dado que detrás de cada navegador, sistema operativo, o dispositivo con acceso a Internet hay unas compañías con intereses contrapuestos y modos de trabajar muy diferentes, la compatibilidad entre sus tecnologías podría, a priori, ser la excepción y no la norma.

Y sin embargo, los códigos HTML, CSS o Javascript con que los diseñadores programan las webs que visitamos todos los días son universalmente reconocidos, como lo son también los criterios a aplicar para adaptar esas webs a pantallas móviles, o a diferentes alfabetos, o a las personas con algún tipo de discapacidad funcional.

La clave es que todos esos códigos y criterios están homogeneizados por que son estándares. Un estándar es “un conjunto de reglas normalizadas que describen los requisitos que deben ser cumplidos por un producto, proceso o servicio, con el objetivo de establecer un mecanismo base para permitir que distintos elementos hardware o software que lo utilicen, sean compatibles entre sí”. Esta es la definición facilitada por el W3C (World Wide Web Consortium) y nos fiaremos de ella porque ése es precisamente organismo internacional encargado de definir los estándares web.

En la creación de los estándares (también llamados “recomendaciones”) del W3C participan sus entidades miembro, el equipo del W3C, expertos invitados, y cualquier usuario de la Web que quiera mostrar su opinión. “Todos ellos trabajan conjuntamente a través de un proceso basado en el consenso, la neutralidad y la transparencia de la información”, según explica la web del W3C. Pero… ¿cuál es la historia de esta institución fundamental para el Internet que conocemos hoy en día?

Un poco de historia

A principios de los 90, el especialista británico en ciencia de la computación Tim Berners-Lee acababa de inventar la URL, el HTML y el HTTP. También había desarrollado el primer navegador (llamado WorldWideWeb) y puesto en marcha el primer servidor web (todo ello, desde el CERN, la organización europea de investigación nuclear que está detrás, también, del Colisionador de Hadrones). Era, el definitiva, y así se le sigue considerando, el ‘padre’ de la Web.

Pero él, que había diseñado todas esas tecnologías con el objetivo de crear una red universalmente accesible (más allá de barreras de idioma, localización, sistema operativo o plataforma de hardware), también anticipó la posibilidad de que la popularización de sus creaciones terminara conduciendo a su fragmentación.

Y para evitar eso, tomó la iniciativa de crear una organización internacional que implicara en su funcionamiento a a las grandes instituciones de investigación (públicas y privadas), así como a las empresas de hardware y software que ya entonces empezaban a vincularse a estas tecnologías. El nombre elegido fue World Wide Web Consortium (con sede en el MIT, Instituto Tecnológico de Massachusetts), y ha venido realizando desde entonces sus labores de estandarización, diseñando nuevas especificaciones al mismo ritmo que la tecnología Web se ampliaba y cambiaba. 

Imagen de Shutterstock


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